Nació en 1985.
Vive y trabaja en Buenos Aires.
Web: andresaizicovich.com
Contacto
Museo de Arte Moderno de Buenos Aires
2019
Emergentes: Andrés Aizicovich. La obra como laboratorio de experimentos sociales
Andrés Aizicovich (Buenos Aires, 1985) es el creador de Relación de dependencia, la obra ganadora de la última edición del Premio Braque, exhibida hasta hace unos días en la sede Hotel de Inmigrantes del Muntref. Una instalación y a la vez acción performática realizada en colaboración con la ceramista Cecilia Ojeda: juntos hacen andar la bicicleta que activa un torno de alfarero.
La creó durante la primera residencia de verano en Chela, en el espacio Tamaco (Taller de Materiales y Construcciones), donde el participante accede a materiales y herramientas. “Tienen máquinas poco frecuentes, como cortadoras láser e impresoras 3D. Lo dirigen dos diseñadores industriales, que aportan una mirada muy útil”, cuenta.
En septiembre se afincará en París por seis meses, gracias al premio que le otorga un espacio en la Ciudad Internacional de las Artes y un espacio de exposición el Palais de Tokyo. “Es un cambio abrupto de contexto, muy atractivo. Cambian las coordenadas del mapa, la sensibilidad visual, el paisaje. Parece una cursilería, pero el entorno altera la percepción y eso se traduce en la materia en que trabajás”.
En su obra, la comunicación, los vínculos, los esfuerzos mancomunados y diálogos colaborativos son recurrentes. “Me interesa seguir trabajando con obras que involucren interacciones sociales y el habla. Cuando empecé a pensar en esa obra había anotado en un cuaderno esta pregunta: ¿Cómo esculpir con el habla?”, señala.
De la fantasía bohemia a la carrera profesional
La voz del interior, una instalación que se vio en el Centro Cultural Recoleta el año pasado, era una escultura que invitaba a comunicarse con los antepasados: en un extremo, una flor de ducha como micrófono; la voz viajaba a luego través que tubos y jarrones heredados, para ser amplificada por una bocina de fonógrafo. Las genealogías, la transmisión oral del saber y los lazos familiares eran el eje de este trabajo.
Descendiente de inmigrantes polacos y rusos, tiene abuelos gauchos judíos de Entre Ríos, por un lado, y por el otro, vecinos de zona Sur dedicados a los textiles. Él se crió en barrios céntricos, dos años en Bahía Blanca y finalmente en Monte Castro. Como todo artista, de chico era un dibujante sobresaliente, de esos que pasan a ilustrar el pizarrón. “Era tímido, introspectivo, y tenía tendencia natural a dibujar y jugar solo”, cuenta.
Durante su juventud se inclinó por el cine, pero al momento de inscribirse en una carrera, optó por Artes Visuales en el IUNA. Las retrospectivas de Jorge De la Vega y Guillermo Kuitca en el Malba lo impactaron. “No sabía cómo funcionaba una carrera de artista, sino que tenía una fantasía bohemia. En la universidad empecé a conocer más la escena”, confiesa.
Después de la Academia, siguió un camino de formación que no se salteó ninguno de los imperativos del artista profesional actual: clínicas con artistas como Fabián Burgos y Carlos Huffmann, Programa de artistas de la Universidad Di Tella con Mónica Girón como profesora, tres muestras individuales en galerías, fue seleccionado para un Currículum Cero en Ruth Benzacar, cursó una residencia en URRA Tigre y, finalmente, ganó un premio.
Un "modelo oblicuo"
“Frente a la imagen de hacer carrera en el arte tengo una postura ambivalente. Hay ciertos códigos con los que coincido y con otros tengo distancia ideológica. Al principio tuve una voluntad mayor de inserción en el mercado. Me formé como pintor y soy de una camada que tuvo una participación prematura del mercado, en 2007/2008. Tuve un aprendizaje muy veloz de los encuentros y desencuentros con las instituciones, las galerías, los premios. La profesionalización del artista me seduce y me repele a la vez. Trato de encontrar un modelo oblicuo”.
Claro, hay una rueda que se echa andar: “Querés vender tu obra, para tener tiempo y recursos para dedicarle a otras obras. Ser artista demanda un tiempo que excede a la producción: vas a ver muestras, compartís con colegas, las discutís, lees, escribís, estudiás. Esa parte me gusta. El trato con el mercado tiene vanidades, la espuma social de los grandes eventos y ferias, que relucen a la mirada pero también pueden enceguecer. En la carrera hay que llegar a una meta, pero en el arte la vara se corre todo el tiempo, la satisfacción es huidiza y eso es un motor, un combustible. La fe no está ahí”.
Dibujante 3D
“Vengo de un mundo bidimensional. Soy ante todo un dibujante”, dice Aizicovich. Sus obras más conocidas son grandes instalaciones interactivas, pero nacen todas de sus cuadernos de dibujo. Para salir del papel, superaron el problema de lo factible. “Me interesa ser un aprendiz todo el tiempo. Me gusta tener que involucrarme con otros y pedir ayuda para poder llevar mis obras al espacio”, cuenta.
En Relación de dependencia puso en evidencia relaciones de poder en el mundo del trabajo. ¿Quién manda? ¿El que pone la fuerza motriz o el alfarero? “Pienso la obra como un conversatorio. Me interesa que sea el andamiaje para un diálogo”, explica. Su idea es probar qué pasa con un profesor y un alumno, un empleado y un jefe, una pareja sentimental, un padre y un hijo. “Quiero que sea un laboratorio de experimentos sociales”, señala.
El rincón de los parlantes, en la Trienal Frestas, en SESC Sorocaba, San Paulo, Brasil, en 2014, también implicaba comunicación y bicicletas. Se trataba de plataformas de discurso –tarimas bicicletas fijas y micrófonos siempre abiertos–, instaladas en diferentes lugares del centro cultural. “Organicé algunos discursos: un docente enseñó a hablar en público, una dentista habló de higiene bucal, la cocinera explicó el menú, llevé también un pastor evangelista a dar un sermón y hubo poetas y ensayos de teatro. Además, dejé impresos discursos famosos para que quien quisiera hiciera karaoke”, cuenta.
Otra obra, La guía de los perplejos, nació de una mudanza de taller, y se vio en Espacio Fundación Osde, en la muestra Soberanía de uso. Pasó de uno grande a otro más chico y se jibarizó: “Dejé de pintar en formato grande, y pasé a otros formatos. Fui encontrando objetitos y salía a caminar de madrugada y levantaba otras piezas de la calle. Con eso armaba constelaciones y clasificaciones. La muestra era un recorrido laberíntico donde estaban organizados estos objetos”. Antes, lo dibujó.
Maestros y camaradas
En el IUNA integró una camada de cachorros de la cátedra de Carlos Bissolino. “De mi grupo salieron muchos artistas como Gala Berger, Ramiro Oller, Rosario Zorraquín, Nicolás Gullotta, Lino Divas, Juan Reos. Seríamos 15 o 20 que pronto nos integramos en el circuito, lo que no es muy habitual. En las clases veíamos a los griegos; nadie nos decía que existía Ruth Benzacar. Era muy estimulante, éramos muy curiosos y teníamos mucho anhelo. Íbamos en masa a las inauguraciones e hicimos una muestra juntos en Masottatorres. Después, varios nos integramos en la galería Jardín Oculto.”
Otra escuela importante fueron las clínicas y la experiencia de trabajar como asistente de artistas como Fabián Burgos y Eduardo Navarro. En la Di Tella conoció a Liv Schulman: con ella y Leopoldo Estol editan el periódico de arte El Flasherito, desde hace tres años y medio. “Lo consideramos una obra colectiva, aunque vale 20 pesos. Implica flujos, intercambios, debates”.
El prestigioso premio fue para una obra en la que una bicicleta impulsa un torno. Su autor es Andrés Aizicovich.
En las últimas horas se conoció al ganador del Premio Braque 2017, un premio prestigioso, histórico (existe en la Argentina desde 1963) y codiciado por los artistas: quien lo gana pasa seis meses creando en un taller en la Cité des Arts de París -espacio maravilloso y lleno de artistas de todo el mundo-, con todo pago. En esta edición en especial, el ganador también trabajará vinculado al Palais de Tokyo, una de las instituciones del arte internacional más interesantes.
De una selección de 30 artistas, el jurado eligió la obra de Andrés Aizicovich (Buenos Aires, 1985). Egresado de la Universidad Nacional de las Artes (UNA), la obra con la Aizicovich ganó se llama Relación de dependencia: es una instalación performática e interactiva (es decir, puede participar de la obra el público). Se trata de una bicicleta conectada por medio de un sistema de poleas a un torno de cerámica: cuando una persona sube a la bicicleta (fija en un mismo punto) y la hace andar, activa el torno, en donde una segunda persona puede, al mismo tiempo, crear piezas cerámicas. La acción deja como resultado, siempre, un conjunto de vasijas, fruto de la bicicleteada, el torno y al diálogo o discusión entablado entre los actores.
“Elegimos este trabajo porque nos interesó la interacción que suscita con el espectador y esta cuestión de la presencia humana en relación a la producción”, explica Aníbal Jozami, rector de la Universidad de Tres de Febrero y miembro del jurado. “En la selección que realizó el primer jurado había un panorama de todas las técnicas: hay trabajos que son instalaciones, videos, performances”, explica por su parte otro jurado, Yann Lorvo, agregado cultural de la Embajada de Francia. ”Finalmente la obra que elegimos nos llamó la atención porque tiene que ver con la relación entre la persona que está en la bicicleta y la que está realizando un trabajo en el torno: el trabajo involucra a varias personas que hacen algo”. Un punto más es que es una obra abierta, en proceso: cada vez que dos personas accionan el mecanismo bicicleta-torno, se producen piezas de barro que van acumulándose alrededor de la instalación.Su número crece momento a momento. Por lo tanto, al final de la exposición el trabajo será muy diferente con respecto al inicio.
El jurado de premiación -que se completa con Yoann Gourmel, curador del Palais de Tokyo- también otorgó menciones a Juan Tessi, Alan Segal, Valeria Traversa, Pablo Inasurralde y Marcelo Galindo.
La exposición podrá verse desde hoy hasta junio en la sede del Museo de la Inmigración,. obre la avenida Antártida Argentina, entre la Dirección Nacional de Migraciones y el puerto de Buquebús.
Inspirado en la utópica ciencia ficción de los '90, Andrés Aizicovich expone en el Museo de Arte Moderno piezas que, a través del tacto, generan distintas vibraciones y sonidos con un objetivo claro: enviar mensajes a nuestros ancestros, a otras dimensiones o, simplemente, a quien está a nuestro lado.
¿Qué pensaría una civilización extraterrestre si aterrizara en el planeta tierra y observara atentamente cómo nos comunicamos? Caminamos mirando hacia abajo, deslizando el dedo de acá para allá por la pantalla del dispositivo móvil; utilizamos nuevas herramientas que nos permiten tener reuniones online sin la necesidad de debatir cara a cara; nos desesperamos si salimos de casa y, al tocarnos los bolsillos, nos damos cuenta de que nos olvidamos los auriculares... ¿Se acuerdan cómo se sentía viajar en el transporte público mirando por la ventana y compartiendo el espacio con los demás pasajeros?
La hiperconexión genera el efecto adverso: la desconexión. Y partiendo de la premisa de que la comunicación posmoderna es un acto fallido, un mal entendido, Andrés Aizicovich le dio vida aContacto, una muestra -del Museo de Arte Moderno de Buenos Aires- de espíritu utópico que resensibiliza los sentidos y les propone a los visitantes reconectarse de forma inconsciente con su genealogía, seres del más allá e, inevitablemente, con los otros visitantes.
Un diálogo sensorial
Inspirado en el peculiar Cristal de Baschet, un revolucionario instrumento musical creado en la década del '50 por los hermanos Bernard y François Baschet, Aizicovich logró fusionar un órgano de vidrio y una antena satelital, creando piezas que se activan cuando los visitantes, tras humedecer sus manos, acarician las varillas de cristal. Al igual que las escafandras de bronce, estos inventos experimentales provocan un sonido -y vibración- tan intenso como diferente a todo lo que los presentes sintieron antes: una resensibilización del cuerpo.
A través del lenguaje táctil, quienes estén en la sala podrán generar una vibra que, según el artista, podría evocar al pasadoy hasta viajar a través de las infinitas dimensiones. “Me inspiré en un momento muy particular de la ciencia del siglo XIX que, a diferencia de la de esta era, estaba mucho más cerca de la fe, el espiritismo y la alquimia. Partí del relato propio de la ciencia ficción. Siempre anhelé inventar una instalación que fuese unasucursal de mi aparato sensible”, le explicó Aizicovich a TN.com.ar. Y detalló: “Mi idea era crear algo que cuando el espectador lo tocara yo también lo sintiera en mi propia piel. Y que si el espectador le hablara, le emitiera su mensaje -un sonido, una vibración- a la vez yo pudiera escucharlo. La comunicación entre el tacto y el oído, ese diálogo sordo y el mal entendido que se produce entre los sentidos, fue mi mayor inspiración”.
El “uso” de la instalación: anímese a tocar
Al mirar un icónico cuadro a una cierta distancia o una fotografía que marcó un antes y un después, ante la mirada atenta del cuidador de la sala, inevitablemente, más de una sensación invade al espectador. ¿Pero qué pasa cuando por sí sola la instalación "no dice nada" y es necesario activarla? ¿Quién se anima a dar el primer paso? “Me interesaba saber cómo iba a ser la acción e interacción del público. La instalación tiene uso, no es para interactuar; sino para actuar. Más allá de la observación, se necesita de la acción”, explicó Andrés, que creo la muestra especialmente para el MAMBA en nueve meses.
Al entrar a la sala se genera una especie de ritual litúrgico: los visitantes se humedecen las manos, se concentran y, al tocar las varillas de vidrio de las distintas piezas experimentales, emiten un mensaje que viaja a sus antepasados, al cosmos, a una civilización foránea y, por qué no, podría traspasar las fronteras de esta dimensión. El sonido, místico y evocador, queda vibrando en el espacio durante varios segundos y los presentes, inevitablemente, anhelan una posible respuesta por parte de lo desconocido.
“La muestra es un gran aparato conductor que busca enviarle un mensaje al cosmos. Está inspirada en la metafísica y se sostiene desde la fe. Quiero que el público se anime a jugar, a ser parte de una ficción, que tenga la convicción de que lo que sucede en la mente tiene implicancias en el mundo material: ya está sucediendo si tuvo un lugar en la imaginación”, remarcó el artista.
La vibración y sonido que genera el tacto se magnifica gracias a una antena que conecta la sala con el resto del museo: Aizicovich logró hacer del MAMBA una histriónica caja de resonancia. Pero el tacto, además de proporcionar una nueva manera de comunicarnos, crea una topografía a partir de las huellas digitales de los visitantes. “Cada vez que toquen las piezas, se impregnarán sus huellas digitales. La suma de todas esas huellas crean una especie de 'big data' que, con el uso, formará parte de ese sonido, de esa vibración, que emitimos al espacio para convertir en mensaje”, explicó el artista.
La inventiva como laboratorio social
Ni bien entramos a la sala -periodistas, fotógrafos, performers, personas de diversas profesiones y de distintas edades- nos miramos entre nosotros sin saber bien qué hacer. Antes de conocer que teníamos que humedecernos las manos; nos hicimos preguntas; reíamos tímidamente sin animarnos a tocar las imponentes piezas. Hasta que la curadora, Laura Hakel, rompió el silencio. “Esta obra parte de rituales para repensar y reconstruir la manera en la que nos comunicamos con nuestra genealogía, nuestros ancestros pero, principalmente, con quienes nos rodean”, remarcó.
Y está a la vista, la instalación es colaborativa: invita a los participantes a interactuar entre ellos y reconectarse a partir de los sentidos. “Se trata, en última instancia, de salir de uno mismo y reconectarse con el otro. La intención es colaborar para que las piezas se pongan en acción y emitan la vibración que todos estamos anhelando, ese es el pilar fundamental de la muestra. Equivale al poético gesto de escribir un mensaje, colocarlo dentro de una botella y tirarla al mar o al espacio, con la esperanza de recibir alguna respuesta”, añadió Aizicovich.
Casi sin querer, personas de distintas edades, con saberes diversos y que no se reunirían conscientemente con la intención de entablar un diálogo, se encuentran en un mismo espacio y, al tocar las varillas de vidrio, generan un código en común. Un diálogo sostenido desde la fe que viaja con la intención de que ese mensaje nos conecte, como mínimo, con ese otro que está parado a nuestro lado.
Contacto, the first solo exhibition by artist Andrés Aizicovich (Buenos Aires, 1985) to be held at a museum, was curated by Laura Hakel. In the large-scale installation the artist developed for the Museo de Arte Moderno’s Project Room, visitors were able to send messages into the ether, to establish contact “with extra-terrestrial life, one’s ancestors and even undiscovered dimensions that potentially offer new, more harmonious ways of building a community,” explains the curatorial text. Aizicovich’s works draw inspiration from science fiction stories and films like Close Encounters of the Third Time and Contact—from which the show gets its name—scientific experiments, and spiritualist liturgies and rituals that attempt to reimagine and transcend how we communicate.
Two large retro-futurist sound sculptures—a sort of “combination of a glass organ and satellite antenna”—stood in the middle of the gallery. These works are inspired by the Cristal Baschet, an instrument created in France in 1952 by François and Bernard Baschet. The Cristal Baschet was an educational tool designed to dismantle the monopoly of the ear in academic musical instruction. Like in the Cristal, in Aizicovich’s works glass rods are touched by damp fingers to produce vibrations amplified by steel bells. As if in a ritual, visitors to the museum had to first dip their hands in water that came from a system of stills that ended in a white ear-shaped vessel. When visitors slid their fingers on the glass rods, the sculptures let out a vibrating sound that made its way beyond the gallery and into the museum as a whole. “As in the digital era, spiritualism and magic, the act of touching a surface is one of connection.”
The engravings on the copper disks on the gallery’s walls make reference to the body’s senses. In their metallic form, the disks are reminiscent of the golden records aboard the Voyager spacecraft launched in 1977. Those recordings of, for instance, ninety minutes of music from different world cultures and greetings in fifty-five languages still circulate around the cosmos. Finally, the exhibition included a sculpture that consists of two diving helmets, also equipped with antenna and glass rods, activated by performers: when the helmets are touched, messages are sent out into the universe.
According to the curator, Aizicovich, “[is] a romantic idealist [who] creates technologies whose purpose is to change the physical and poetic states of the world. His objects and installations embody a utopian vision that seeks to reinvent the dynamics of communication and find new ways for people to come together.” Hakel goes on, “Aizicovich envisions the sound of messages and thoughts travelling through the cosmos in search of contact, a receptive ear or an answer; a link with which to build a chain of communication.”
Contenido producido por arteBA. Memoria anual de arte argentino contemporáneo.
Por Caroline Coiffet
La revue de la céramique et du verre
EDICIÓN IMPRESA
Septiembre-Octubre de 2018
« Bien que je fasse des sculptures, des peintures, des performances et des oeuvres relationnelles, tout naît d’un croquis spontané, tracé dans un cahier. Je suis un dessinateur dont les travaux finissent par se matérialiser dans un autre médium », confie l’Argentin. Avec La Première Loi, il parle de liens familiaux et de passation orale à travers des porcelaines-masques qu’il invente et crée avec Henry Carrelet, un ami céramiste.
Comment transformer le discours en matière ? Comment faire du mot un médium artistique ? Comment travailler avec l’oralité en dehors du langage ? Autant de questions qu’Andrés Aizicovich, né à Buenos Aires en 1985, s’est posées au cours de années passées, faisant évoluer sa pratique autour des notions de communication, de conversation voire de traduction. À partir du premier verset, « Soyez frères, car c’est la première loi », d’un célèbre poème argentin de José Hernández intitulé Martín Fierro, il invente une pensée extrêmement codifiée. « Pour la première loi, j’ai réalisé plusieurs dessins qui représentent deux frères jouant simultanément d’un instrument de musique. Plusieurs essais et ajustements ont été nécessaires avant que j’aboutisse à ces masques composés de tuyaux comme extensions. Il fallait que je trouve une manière d’assembler, dans un même objet, un masque et un instrument à vent. Le résultat est assez surprenant. Un certain mystère émane de cette pièce, proche de celles utilisées dans certains rituels tribaux », explique Andrés Aizicovich. Une oeuvre qui fait partie d’un tout La Première Loi n’est pas une oeuvre à part. Bien au contraire. Elle est un des volets du triptyque Tu dois porter le poids, commandé à l’occasion de la dernière édition du festival Do Disturb au Palais de Tokyo, en avril 2018. Conçu comme une suite de performances et de pièces sculpturales, cet ensemble met en scène une communication non verbale, composée de sons, de signaux fumigènes et de langue des signes, dans laquelle une famille (grand-père, père et fils) est invitée à effectuer un rituel lors d’une cérémonie du thé. C’est ainsi que pour La Première Loi, les deux frères (cachés sous une table) jouent à l’unisson de leurs instruments, de sorte que le souffle soit transmis de l’un à l’autre. Masqués à l’intérieur des céramiques, gommant leurs identités respectives, ils sortent leurs mains des tasses à thé. Gestes et sons leur permettant alors de maintenir un dialogue dans un langage qu’ils sont seuls à pouvoir comprendre. Les dessins reproduits sur le masquecéramique lui-même se réfèrent à un imaginaire lié à la généalogie, à la filiation, à l’héritage. Ils se confondent avec les ouvertures pour les yeux auxquelles Andrés Aizicovich associe le regard des ancêtres. Des bulles semblables à celles employées dans la bande dessinée ainsi que les oreilles protubérantes évoquent ces conversations enchaînées entre membres d’une famille qui se répètent inlassablement, et se perpétuent au sein d’une même lignée en suivant une certaine hiérarchie. Sans doute parce qu’elles sont finalement universelles.